
«Cristo murió por nuestros pecados… fue sepultado, y resucitó al tercer día conforme a las Escrituras…» (1ª Corintios 15:3-4). ¡Si crees esto, vivirás! El cristiano vive por fe. «Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron» (Juan 20:29), porque ellos recibirán la corona de vida que Dios ha prometido.
La resurrección de Jesucristo demuestra su autoridad sobre la muerte, la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento y los poderes del infierno. ¿Captas esta verdad? ¿Puedes contemplar el amor de Dios?
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». ¿Entregarías la vida de tu único, de tu amado hijo, para que otro se salvara? Yo no podría… Dios sí. ¡Dios lo hizo!
Jesús murió por ti, por mí y por toda la humanidad, para que tengamos vida, y para que la tengamos en abundancia (Juan 10:10). No hay amor mayor que éste, que siendo aún pecadores, malvados, mezquinos, indolentes, Cristo diera su vida por nosotros.
Cuando te halles en tribulación, cuando gimas y sangres de dolor, cuando creas que no hay esperanzas, recuerda el sacrificio de Cristo en la cruz. Si hoy estás enfermo o sufres por la enfermedad de un ser querido, por la infertilidad, por un matrimonio que parece estar muerto, por las finanzas caídas, ¡no temas!, cree solamente. Si tan solo decides creer, lo que ha estado muerto, vivirá; «porque al que cree, todo le es posible» (Marcos 9:23).
Jesús murió y resucitó por tres poderosas razones:
Para cargar nuestras penas y sufrimientos: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebrantos…llevó nuestros dolores» (Isaías 53:3-4). Renuncia al dolor, no lo abraces, ni te cases con él, échalo de ti; porque Cristo ya pagó por cada lágrima tuya.
Para llevar nuestros pecados: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados…» (Isaías 53:5). La sangre de Cristo fue derramada para limpiarnos de toda maldad. No hay pecado, por más horrible que sea, que Dios no lave y olvide.
Para sanarnos: «Ciertamente, llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores… y por su llaga fuimos nosotros curados» (Isaías 53:5). Renuncia a cualquier enfermedad que estés padeciendo, porque Cristo la clavó en la cruz llevándola en sus heridas.
«Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti» (Isaías 60:1). Hoy es día de celebración. ¡Alaba al Rey! ¡Adóralo! Porque Él venció la muerte para darnos vida y salvación.
Liliana Daymar González
Periodista
lili_vidaenlapalabra@hotmail.com