Le debemos tanto a Jesucristo que nuestro mayor sacrificio es la obediencia
“Pasado cierto tiempo, Dios puso a prueba a Abraham y le dijo:
— ¡Abraham!
—Aquí estoy —respondió.
Y Dios le ordenó:
—Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré.
Abraham se levantó de madrugada y ensilló su asno. También cortó leña para el holocausto y, junto con dos de sus criados y su hijo Isaac, se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado” (Génesis 22:1-3. NVI).
Si razonamos en la orden que Dios le dio a Abraham creo, sin temor a equivocarme, que ningún ser humano en su sano juicio podría cumplirla. ¿Quién sacrificaría la vida de un hijo?
Abraham había esperado por mucho tiempo el nacimiento de Isaac. Casi al final de su vida, a sus cien años, siendo su esposa estéril, se convirtió en padre. Y lo más descabellado es que el mismo Dios que le dio a su hijo se lo estaba pidiendo. ¿¡Puedes imaginar por un momento la angustia que sufrió su corazón!? Sin embargo, era tal la confianza que Abraham le tenía a Dios que se preparó para llevar a cabo el sacrificio. Mientras padre e hijo subían juntos el monte que Dios le había dicho, Isaac le preguntó a Abraham:
“— ¡Padre!
—Dime, hijo mío.
—Aquí tenemos el fuego y la leña —continuó Isaac—; pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?
—El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios —le respondió Abraham” (Génesis 22:7-8. NVI).
Ciertamente Dios proveyó el Cordero. Este pasaje revela el sacrificio que Dios hizo siglos después por cada uno de nosotros. Así como Isaac cargó la leña para la ofrenda, así mismo Jesús cargó su propia cruz hacia el Gólgota. Así como Abraham colocó a su hijo en el altar, así mismo Dios puso a su Hijo en la cruz. Como Abraham levantó el cuchillo para matar a su propio hijo en obediencia a Dios, así Dios permitió que Jesús fuese llevado a la muerte para castigar el pecado y darnos su perdón. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).
Acércate confiado a su presencia. Con un corazón contrito busca su perdón y vuélvete hacia Él, porque nadie te amó ni te amará más que nuestro Dios. Nada ni nadie te podrán separar de su gran amor (Romanos 8:35). Le debemos tanto a Jesucristo que nuestro mayor sacrificio es la obediencia.
Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com