(Liliana Daymar González – Periodista).-
Seguramente con frecuencia escuchas frases como: «Ni las gracias me dio», o «de malagradecidos está lleno el mundo». La falta de agradecimiento es una de las actitudes humanas que causa mayor indignación. Después que dedicas tiempo a alguien, le das cariño, atención, apoyo, lo instruyes, y por sobre todo, le concedes tu confianza suele suceder que el muy ingrato te paga con traición, indiferencia y olvido. El escritor español Miguel de Cervantes expresó: «Poco bueno habrá hecho en su vida el que no sepa de ingratitudes». Es vergonzoso confesarlo, pero todos alguna vez o la mayor parte del tiempo somos malagradecidos.
Piensa, cuando recibes el beso de tu cónyuge e hijos, la atención de un amigo, la comida caliente servida por mamá, un favor inesperado, el cafecito recién colado, un regalo, un halago, un abrazo, una sonrisa… ¿se te ha olvidado agradecer? Pasamos por alto lo bendecidos que somos cada día al considerar todas éstas cosas cotidianas, y los disfrutamos, pero lastimosamente olvidamos agradecer a aquellos que hicieron posible ese bienestar.
Cuenta la Biblia que estando Jesús en una aldea cercana a Jerusalén diez leprosos se le aparecieron en el camino y suplicaron por misericordia y sanación. Cuando Él los vio, les dijo: «Vayan y preséntense ante el sacerdote. Y mientras iban, fueron limpiados. Entonces, uno de ellos viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?» (Lucas 17:11-19).
Este pasaje ilustra claramente la actitud ingrata de la mayoría de los seres humanos. Eran diez hombres leprosos, aislados por su enfermedad, los miembros de su cuerpo putrefacto caían a pedazos, esperaban la muerte y al encontrarse con Jesús obedecieron su mandato y recibieron sanación. Pero sólo uno regreso, se postró a su pies, agradeció y glorificó su nombre.
Los nueve ingratos obtuvieron sanidad por su obediencia, pero dejaron de recibir el regalo de la Salvación al olvidarse de darle gloria y honor a Dios. Tan sólo aquel extranjero escuchó a Cristo decir: – «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Ser agradecidos trae grandes bendiciones, al tener conciencia de que Dios provee nuestras necesidades: «Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre de las luces…» (Santiago 1:17), desarraigamos el orgullo que nos hace creer que somos auto-suficientes y demostramos humildad de corazón. La que tanto agrada al Señor.
Lo más valioso que tenemos no lo compramos en el mercado, es por su gracia y su amor inmerecido que lo disfrutamos. Nunca es tarde para expresar agradecimiento, seguramente hay mucha gente que contribuye con tu bienestar, hay decenas de maneras de ser agradecidos, prueba hoy con una sonrisa y un te quiero y estarás inflando sus corazones como un globo de helio puro.
Si cada mañana al despertar dices: «Gracias» una energía sobrenatural te envolverá de la paz que sobrepasa todo entendimiento.
¡Muchas gracias querido lector!
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