“El analfabetismo social, gramatical y espiritual unido a un gran desconocimiento de las Escrituras se confabulan para ser el caldo de cultivo de las doctrinas más espurias”
Estamos viviendo en el cristianismo evangélico una época, que por pertenecer al conjunto de profecías de cumplimento en los últimos tiempos, no deja de ser un período muy desdichado para la Iglesia de Cristo (no me refiero en concreto a ninguna denominación).
El apóstol Pablo en 2ª Timoteo 4:3, refiriéndose al aumento de la apostasía en los últimos tiempos dice: “porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias. Y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”.
Las deviaciones o herejías que se han producido a lo largo de la historia del cristianismo y más aún, en el siglo XX y todo lo que llevamos del XXI, han sido introducidas por los falsos maestros cristianos, “pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina” (2ª Pedro 2:1).
La apostasía en un sentido espiritual significa “dejar la verdad para seguir una mentira”, si aplicamos esta definición en la situación actual de la Iglesia, debemos decir que esta aberración solamente se puede producir en el ámbito donde estaba originalmente la verdad, “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (2ª Timoteo 3:15).
Sin ánimos de hacer ningún tipo de reivindicación del protestantismo ni de ninguna denominación evangélica, debo afirmar que para el verdadero creyente, la Palabra de Dios es la única norma de fe y de conducta, es decir toda nuestra vida, manifestación espiritual, o enseñanza bíblica debe ser fundamentada en las Escrituras, no incluyendo en la iglesia las exigencias y ritos religiosos del Antiguo Pacto, salvo que la vida del creyente debe aproximarse a la norma moral de Dios manifestada en la Ley, “Jehová entonces me dijo: ¿Qué ves, Amós? Y dije: Una plomada de albañil. Y el Señor dijo: He aquí, Yo pongo plomada de albañil en medio de mi pueblo Israel: No le pasaré más” (Amós 7:8). Sabemos que la plomada de albañil se convierte en norma objetiva e irrefutable para conocer el estado de una pared ya construida, o también para construir una nueva con garantía de rectitud. Aquí no vale guiarse por el ojo del constructor, por muy aguzado que lo tenga ni tampoco por su experiencia, por mucha que haya adquirido, ya que ni el ojo ni la experiencia tienen la precisión que posee la plomada. Dios se refería a su Palabra como el instrumento que de manera irrefutable aprueba o rechaza doctrinas, enseñanzas o cualquier manifestación que se pueda considerar como espiritual.
El mundo evangélico esta asombrado de que en tan poco tiempo la apostasía haya avanzado tanto. Pastores y líderes de muchas denominaciones evangélicas mediante medios de comunicación cristianos y páginas en internet denuncian las mentiras que se están propagando y cómo seducen a miles de personas que se convierten en el “pesebre” de estos falsos maestros, el apóstol Pedro refriéndose a estos mentirosos, escribe: “y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme” (2ª Pedro 2:3).
Los falsos profetas o falsos maestros proliferan por doquier, sus mentiras se cuelan en las distintas congregaciones con una facilidad pasmosa. Esta situación se puede explicar desde una sola perspectiva: la ignorancia. El apóstol Pedro refiriéndose a las cartas de Pablo dice: “como también en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2ª Pedro 3:16).
El analfabetismo social, gramatical y espiritual unido a un gran desconocimiento de las Escrituras se confabulan para ser el caldo de cultivo de las doctrinas más espurias y de las manifestaciones seudo religiosas más insólitas que se hayan visto nunca en la Iglesia de Cristo, que no se sostienen ante la “plomada” que Dios le mostró al profeta Amos.
Pastores y líderes denuncian la situación actual incluso se dan nombres de esos falsos profetas, pero no se analiza las causas de las desviaciones o herejías que han ido apareciendo en la iglesia, principalmente en siglo XX y ahora el XXI.
La herejía significa decisión y separación o división, las divisiones en la Iglesia se producen por motivos de opiniones o criterios sobre doctrinas bíblicas o prácticas espirituales, la gran mayoría de las divisiones o denominaciones que existen en el mundo evangélico tiene su origen en los EE. UU, en un grupo formado por miembros de las denominaciones históricas de la era moderna (anglicanos, metodistas, bautistas y luteranos) que buscaban una renovación de la iglesia de finales del siglo XIX, que se había enfriado como consecuencia del avance del cientifismo que se define como: “tendencia a darle demasiada importancia a las ciencias positivas y al conocimiento que se adquiere a través de ellas y con sus métodos, considerados los únicos válidos para llegar a la realidad de las cosas”.
Falsas doctrinas
La publicación del Libro “La evolución de las especies” de Charles Darwin, el cientifismo como nuevas filosofías que intentaban explicar la creación bajo un punto de vista ateo, desprestigiando el cristianismo, la Palabra de Dios y llegando a negar la existencia del Creador. Todo tenía explicación en la ciencia, se desautoriza la revelación divina. Esta forma de pensamiento fue contaminando a los creyentes que llegaron a relativizar la Palabra, cuestionando el relato de la creación de Génesis.
Para fines del siglo diecinueve, en los estados del medio oeste de EE. UU, muchos metodistas y otros creyentes simpatizantes del movimiento “Santidad” estaban obsesionados con sanidad divina y la posibilidad de hablar en lenguas. Convencidos de que la renovación espiritual de la iglesia consistía en volver al principio y que la experiencia del día de Pentecostés debía repetirse, con todas las manifestaciones que ocurrieron en el “Aposento Alto”. El error en el que incurrieron los simpatizantes del movimiento “Santidad”, consistió en querer empezar de cero, refundar de nuevo la Iglesia, se tenía el ardiente deseo de que el milagro de Pentecostés viniera nuevamente a la tierra, gente sincera, gente que temía a Dios, anhelaba la restauración de la vida vibrante de la Iglesia del primer siglo, la cual habían leído en el Nuevo Testamento.
La Palabra de Dios es el fundamento de todo cristiano, solo en ella se debe creer y poner por obra para evitar caer en la apostasía.