1. Las naciones en las que triunfó la Reforma supieron siempre que el poder absoluto corrompe absolutamente. ¿Acaso los papas no habían trasladado la corte de Roma a Aviñón por razones meramente políticas (1309-1376)? ¿Acaso durante el siglo XIV no había padecido la Iglesia Católica un cisma que se tradujo en la existencia de dos papas (llego a haber hasta cuatro) que se excomulgaban recíprocamente (1378-1417)? ¿Acaso los papas guerreros del Renacimiento, magníficos promotores del arte y políticos consumados, no habían destacado por abandonar la piedad como su primera tarea (1417-1534)? El poder político siguió esos ejemplos.
2. Para la teología protestante, seguidora de la Biblia y de teólogos como Agustín de Hipona, el ser humano tiene una naturaleza corrompida por el pecado y lo mejor a lo que puede aspirarse en términos políticos es a un poder que no sea absoluto y que gestione bien sus funciones. En poco tiempo esa visión fue articulando una serie de frenos a los absolutismos en las naciones donde había triunfado la Reforma. En Holanda, muy pronto, se conformó una república con libertad de culto donde, por ejemplo, se otorgó asilo a los judíos que fueron expulsados de España en 1492.
3. En las naciones escandinavas nació un gobierno parlamentario que se fue perfeccionando con el paso del tiempo. En Inglaterra, al inicio del siglo XVII, los puritanos dirigieron un ejército del Parlamento para rebelarse contra Carlos I. Buscaban consagrar el respeto a derechos como el de libertad de culto, de expresión o de representación y de propiedad privada. Cromwell, en 1642, dotó a cada soldado del parlamento ingles con una “Biblia del soldado”, una colección de textos bíblicos que señalaba la ilegalidad de los saqueos y fundamentaba bíblicamente la justicia de la causa de la libertad. El alto índice de alfabetización que tuvieron los puritanos que habían emigrado a América del Norte (más del 70 por ciento), les permitió a los ingleses la victoria del parlamento contra el despotismo monárquico.
4. Teodoro de Beza, sucesor de Juan Calvino en el pastorado de Ginebra, ya había escrito su obra “El derecho de los magistrados” donde justificaba la resistencia armada contra los tiranos. Y en 1579, se había publicado el “Vindiciae Contra Tyrannos” (Clamor contra los tiranos, de autor desconocido); allí se formulaba la idea del contrato social esencial para el desarrollo del liberalismo posterior. Se afirmaba que “existe siempre y en todo lugar una obligación mutua ante el pueblo y ante el príncipe…Si el príncipe falla en su promesa, el pueblo está exento de obediencia, el contrato queda anulado y los derechos de obligación carecen de fuerza”.
5. John Knox, un discípulo de Calvino y promotor de la Reforma en Escocia, sostuvo los mismos principios que fueron objeto de otros aportes jurídico-teológicos esenciales. John Ponet, un obispo de la Iglesia anglicana en torno a 1550 escribió “A Shorte Treatise of Politike Power” (Breve tratado sobre el poder político), donde justificaba, apelando a la Biblia, a la resistencia contra los tiranos. Los reformadores legitimaban el derecho de rebelión sobre la base de la defensa de las libertades y no por el simple hecho de acabar con un gobernante. Los protestantes podían vivir bajo un señor que tuviera otra religión y servirlo con lealtad, pero no veían legitimidad alguna a quien suprimía los derechos de sus súbditos y los oprimía.
6. El liberalismo político fue ideado por el inglés John Locke, hijo de un puritano que había combatido contra Carlos I de Inglaterra. Al final de su vida, Locke estaba convencido de que sus escritos más importantes eran sus comentarios al Nuevo Testamento. Locke escribió una constitución en la que insistía en la libertad de la conciencia, y en asegurar la misma no solo a los cristianos de cualquier confesión sino también a judíos, indios, “paganos y otros disidentes”. Era una consecuencia natural a la Reforma.
Tomado de la Biblia edición especial, 500 años
de la Reforma de Sociedades Bíblicas Unidas©