[quote]No podemos omitir que existen diferencias de perspectiva con otras sociedades y culturas actuales, y mucho menos omitir las diferencias con culturas antiguas[/quote]
«Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar… Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación» (1ª Corintios 14:34-34).
Kenneth Bailey, que murió en mayo de 2016, cuando se enfrenta a la tarea de analizar 1ª Corintios 14:33-40 en su grandioso Pablo a través de los ojos mediterráneos, lo hace relatando una anécdota que él vivió en un momento de su vida. Bailey se pregunta por qué razón, si tanto Pablo, como Lucas, como otros tantos autores, en sus escritos defienden el papel de la mujer en la iglesia con la dignidad y la autoridad que Jesús legó (dentro de lo que significaba algo así en su época) llega un momento en que manda callar a las mujeres en la congregación, cuando pocos capítulos atrás habla de su capacidad para orar y profetizar en las reuniones. Por supuesto, de este pasaje se ha abusado en gran medida en la historia de la iglesia, y mucha gente me pregunta por él, y no solo desde la curiosidad, sino con una lucha interna que no se parecen en nada a las dudas que el propio Espíritu alimenta en nosotros para hacernos crecer en positivo. Yo no soy una experta, y siempre les remito a Bailey.
La solución de Bailey no solo es buena, sino que es bastante definitiva. Él fue ministro presbiteriano, profesor de Teología y de Nuevo Testamento, que vivió la mitad de su vida (40 años) en Oriente Medio enseñando a la población cristiana árabe, pero también aprendiendo de ellos y arrojando luz a la enseñanza de la Biblia, aplicando la perspectiva cultural. Él habla de que tenemos que tener en cuenta varios factores para entender este pasaje, y empieza contando una anécdota:
“Durante 1957-1962 tuve el privilegio de ser parte de un equipo de cristianos egipcios que se dedicaban a enseñar a los aldeanos del sur de Egipto a leer en su propio idioma (árabe). Las mujeres, por causas ajenas a su voluntad, tenían un problema especial. Debido al carácter limitado de sus contactos sociales, su capacidad de atención, por lo que descubrí, rondaba los quince segundos. Por esta razón, en ocasiones, me vi obligado a enseñar a no más de tres mujeres a la vez. Dividí el material que presentaba en segmentos de quince segundos, y en la clase que yo daba llamaba a la mujer por su nombre de pila y hablaba con ella durante quince segundos. Durante ese intervalo las otras dos mujeres no escuchaban. En su lugar, estaban charlando entre ellas o con la abuela en la habitación de al lado, o con el vecino que estaba sentado a tres metros de distancia al otro lado del callejón del pueblo, o con uno de los niños que jugaban a sus pies. (…) Las mujeres eran inteligentes, estaban comprometidas e interesadas. De hecho, eran las supervisoras voluntarias que habían organizado las clases para la aldea. Como nunca habían centrado sus mentes sobre cualquier tema un período prolongado de tiempo, su capacidad de atención era naturalmente corta. (…) He predicado en iglesias de pueblo en Egipto (…). Prediqué en árabe coloquial sencillo, pero las mujeres eran a menudo analfabetas y se esperaba que tuviera que predicar durante al menos una hora… y tuvimos problemas. Las mujeres pasaron rápidamente el umbral de su capacidad de atención. Los niños estaban sentados con ellas y la conversación estalló inevitablemente. A veces la charla llegaba a ser tan fuerte que no se podía oír al predicador (estas aldeas no tenían electricidad ni sistema de amplificación de sonido). Uno de los ancianos mayores se ponía de pie y en un grito desesperado decía: “¡Que las mujeres guarden silencio en la iglesia!”. Y así procedíamos. Después de unos diez minutos, la escena se repetía. (…) ¿Podemos imaginar lo que fue en Corinto durante los días de Pablo? ¡Pablo acababa de afirmar que los corintios estaban emborrachándose en la cena del Señor y que los profetas y oradores en lenguas hablaban todos a la vez! Parece que algunas de las mujeres se dieron por vencidas y comenzaron a charlar. ¿Quién podría culparlas? Sin embargo, todos necesitaban trabajar juntos para crear la necesaria ‘decencia y orden’ imprescindible para una adoración significativa”. [Bailey, K., Pablo a través de los ojos mediterráneos (Nashville, TN: Grupo Nelson, 2013), pp. 410-415].
Bailey añade dos detalles más. Por un lado, el término “indecoroso” (como se refiere en la Reina-Valera a esta actitud de las mujeres de hablar en la reunión), que en el original es “vergonzoso”, no se refiere a una categoría moral o doctrinal, sino a las cuestiones de honor y vergüenza bajo las que opera la cultura oriental. Es como si dijéramos en Occidente que es de mala educación.
Por otro lado, señala Bailey, hay que recordar que el griego en el que se hablaba en la reunión de iglesia era la segunda o la tercera lengua para gran parte de la gente que se reunía allí. Corinto era una ciudad parecida a la Nueva York de hoy, pero con una mayoría aún superior de inmigrantes; las mujeres no tenían tanto contacto con la calle como sus maridos, que quizá si podían entender mejor lo que se hablaba en la iglesia. Pablo les dice que cuando tengan preguntas acerca de palabras o conceptos que no hayan entendido, es mejor que las pregunten después en casa a sus maridos en vez de ponerse a interrumpir. Pero, como recuerda Bailey, a lo largo de 1ª Corintios Pablo manda callar a mucha gente: a los que hablan en lenguas sin intérprete, a los que profetizan sin pararse a escuchar a los demás… ¿por qué se ha hecho de la orden de que callen las mujeres una materia de doctrina, cuando no era más que una recomendación logística? Esta cuestión delata nuestras vergüenzas.
La experiencia y la sabiduría de Bailey nos sirven para simplificar y resolver una cuestión de gran importancia. Realmente se estaba esforzando por enseñar a los díscolos corintios muchas cosas, desde el orden necesario para el aprendizaje y la edificación hasta que las mujeres, con todas sus limitaciones, tenían que participar en la misma medida que los hombres de la vida de la iglesia, a diferencia de lo que ocurría fuera de la comunidad cristiana, y en claro contraste cuando se trataba no solo de dejar hablar a las mujeres, sino de que lo hicieran además las mujeres esclavas o las criadas en igualdad de condiciones que las señoras romanas; y visto cómo era aquella iglesia, realmente Pablo les amaba mucho para esperar tanto bien de ellos.
Esto también me hace pensar en que, a la hora de leer nosotros la Biblia desde aquí, se nos debe enseñar a quitarnos de encima nuestro prejuicio de superioridad, de que nuestra perspectiva cultural de la sociedad es la medida rasa sobre la que se debe medir todo. Por poner un ejemplo de hasta qué punto esto es un error, siempre me acuerdo de los cuadros clásicos que hay en el Museo del Prado de los pintores flamencos o de principios de la Edad Moderna. Cuando describen alguna escena bíblica lo hacen con la ropa y la arquitectura propias de su época, no de la época bíblica. Y así nos encontramos a María llorando a los pies de Cristo crucificado vestida de dama holandesa del siglo XVI o a los Reyes Magos acudiendo a ver a Herodes, que vive en un edificio gótico. Nos hace gracia y nos parece un poco ridículo, o ingenuo, pero cuando nosotros no nos paramos siquiera a plantearnos qué hay detrás de textos como este de 1ª Corintios 14 y damos por supuesto que debemos interpretarlo desde nuestra cultura occidental contemporánea (nuestras normas sociales, nuestra manera de ver la vida, nuestros horarios, nuestras prioridades diarias), estamos haciendo exactamente lo mismo. La misma vergüenza ajena. Nuestra visión del mundo no es absoluta. No podemos omitir que existen diferencias de perspectiva con otras sociedades y culturas actuales, y mucho menos omitir las diferencias con culturas antiguas. Por esa razón estos detalles de la Biblia honran el propio mandato bíblico de Proverbios 4:7: “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”.
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Noa Alarcón Melchor
Escritora y crítica literaria