(Germán Novelli Machado* – Pastor y periodista).-
El Obispo de Roma, José Mario Bergolio, está en una cruzada: Reconquistar a todos los miles que, tras cerrar la puerta con mucha fuerza, abandonaron el redil, una decisión detonada por los escándalos sexuales, en los que están involucrados miembros del clero en todos los niveles, pero que no fue lo único que los llevó a separarse, algunos cambiaron de iglesia y siguen siendo cristianos, otros, abdicaron totalmente a la fe y se unieron a sectas, tan distantes de Cristo, como la iglesia que dejaron atrás.
La elección del nuevo primado, esta vez además de no ser italiano es de origen latinoamericano, conocido en los fueros vaticanistas, como el continente de la esperanza, en razón de que esta vasta región del globo es donde hacen vida buena parte de la feligresía romana, que según cifras estimadas pierde el uno por ciento anual de su feligresía, pérdida no temporal sino para siempre y que, por ejemplo en Brasil, donde el Papa estuvo de visita en fecha reciente, la jerarquía reconoce que cada año 500 mil fieles se marchan.
Las masivas deserciones también ocurren en casi todos los países hispanoparlantes, donde 10 mil se van diariamente, pero también se presenta en Estados Unidos y Canadá, en este último, siguiendo los pasos de Europa, las antiguas iglesias son convertidas en bibliotecas y hasta condominio de apartamentos, tal como pasa en Montreal, Canadá.
Algunas diócesis estadounidenses, como la de San Diego, California, se han declarado en bancarrota para evitar pagar las millonarias demandas de las víctimas de los ensotanados depredadores sexuales de niños. Toda una calamidad, todo un escándalo, y hará falta más que deseos sinceros, para que el Papa pueda ganar su confianza y traerlos de vuelta.
¿Por qué se van?
Es imposible negar el impacto que sobre la vida de los nobles fieles tuvo el abuso de niños, como decisión para marcharse, aunque los afectó mucho más el silencio, la complicidad, la rotación de enfermos, que frente a un problema de vieja data y conocido en los palacios arzobispales del mundo, tuvo la jerarquía romana, que prefirió callar y pagar que expulsar, entregar a las autoridades a los responsables de los abominables hechos. Eso no sólo desencantó, sino que mostró al mundo el regreso de Roma a los tiempos de Alejandro VI (César Borgia).
Pero hay otros elementos. Los laicos demandan mayor participación en el ministerio, religiones y grupos cristianos en franca rivalidad con Roma, pese a los esfuerzos ecuménicos que Vaticano II abrió, un diálogo hipócrita, porque dogmas como la Justificación por Fe, bandera de la reforma del siglo XVI, no ha sido legítimamente aceptado, pero además la condena sin salida a los divorciados, excomulgados tácitamente de la Iglesia, el rechazo público a la homosexualidad, mientras que en privado los cobijaban, y la mantenida decisión de execrar a las mujeres del oficio sacerdotal.
Todos estos elementos son causa directa de las deserciones. Temas como la homosexualidad, aborto, divorcios y papel de la mujer en la Iglesia, han sido mal manejados, porque la opinión publica los percibe como homofóbicos, tercos y machistas y, sus explicaciones, en la mayoría de los casos, abundan en teología y dogmática, pero carecen de amor, comprensión y pastoral al estilo de Jesús.
Religiones, sectas y herejías cazan a los descontentos
El sabio y viejo adagio popular reza: «En río revuelto, ganancia de pescadores». Eso es lo que ha venido pasando, porque religiones, algunas bañadas con el espíritu sincretista, han aprovechado esa masa para atrapar a los desertores en sus redes, pero también sectas muy peligrosas como los mal llamados Testigos de Jehová, Mormones y fundamentalistas, han pescado, en razón de la escasez de conocimiento bíblico, que hace de la gente presa fácil ante discursos bien elaborados, casi mecánicos, en el que la abundancia, sin hermenéutica, de versículos bíblicos sacados de contexto, sirven de anzuelo para que muerdan y queden enganchados.
Otros grupos han aceptado, no sólo a la mujer en el pastorado, sino que han abierto la posibilidad del matrimonio gay, han entendido la realidad de divorciados y justificado el aborto, en casos de violación, lo que los hace atractivos para los que vagan en un mundo donde el materialismo y pragmatismo se ha mezclado para dar a luz un evangelio diferente.
Los laicos, por ejemplo, ven en las otras iglesias cristianas, no históricas, mayor participación para servir con el Evangelio, además de oportunidades de ejercer un liderazgo piadoso, sin necesidad de celibato y otros votos, que aunque públicos, en privado las evidencias muestran todo lo contrario.
Regresarlos al redil, después de haber experimentado otras dimensiones de fe, equivocadas o no, requerirá mucho más que los buenos deseos del Papa Bergolio.
Hay una cacería de ovejas descarriadas. Algunos para conducirlos a la verdad de Jesús, pero en la mayoría de los casos, para hundirlos en la confusión religiosa tan separados de Cristo como estaban antes.
Esta realidad no es exclusiva de Roma, otras confesiones pasan similar experiencia, en cuanto a perder fieles se refiere. Las iglesias históricas, nacidas en el Siglo XVI y posterior, están frente al mismo dilema.
Algunas permanecen ancladas en la histo-teología, rememorando épocas doradas, pero no están hablando al corazón de la gente, púlpitos con sermones vacíos, poca aplicación de Ley y Evangelio específico, carentes de la motivación de la Palabra para aplicar la verdad cristiana a los grandes dilemas de la vida diaria.
Hermosos templos, verdaderas piezas de la arquitectura, están siendo cerrados cada día y las edificaciones vendidas a los grupos en crecimiento, como los pentecostales libres, bautistas, adventistas y hasta de los nuevos judíos barnizados con cristianismo.
Vaticano III
Roma vive una tragedia que no debe causar alegría absoluta, porque hay una gran masa que ha perdido la fe que, aunque errada, lo protegía de los anti valores éticos, les servía de cerco natural para evitar el desenfreno y recuperar ese amor, no sólo será difícil para el primado romano, sino para grupos cristianos, que tienen la tarea de anunciar la Palabra de Dios hasta lo último de la tierra, porque el regreso de los descarriados a la fe cristiana, estará condicionado a que las iglesias se «conformen a este siglo» (Romanos 12:2) y eso significaría la apostasía, porque tendrán que sucumbir a las tentaciones que Cristo ya venció en el desierto.
El buen che, José Mario Bergolio, además de los cambios que ha ejecutado, al renovar las caras de la curia romana, debe considerar convocar un Concilio Vaticano III, para emprender una nueva evangelización, que incluya el reencuentro de Roma con el evangelio y Cristo. De lo contrario corre el riesgo de que su Iglesia, por ahora con 1.200 millones de miembros, sea parte de los cuentos de las abuelas.
Lutero, casi 500 años después, sugiere un consejo a Bergolio: «La Biblia sin comentarios es el sol que por sí solo da luz a todos los profesores y pastores».
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