Todos no le daban un like, un me gusta al mensaje que Jesús publicaba, pero Él sabía que absolutamente todos necesitaban la salvación que gratuitamente ofrecía
Estos son los tiempos de las redes sociales. Frecuentemente aparece una nueva aplicación que sirve al objetivo de conectar a grupos de la sociedad con quienes voluntariamente deseamos tener comunicación. De ciertas redes, dudamos; de otras, tenemos mejor referencia. A veces nos asustan las noticias de cuán chequeados estamos a través de estos medios, ¡mucho más de lo que imaginamos! Parece llegar un punto cuando se pierde la privacidad real y se queda a merced de ser controlados aún desde nuestros teléfonos y televisores inteligentes. Pero lo cierto es que, como su nombre lo indica, son redes y, los que saben usarlas, atraen a sí mismos aun hasta a amigos que no se sabía dónde estaban. Pero resulta peligroso perder el control de a quiénes se invita a ser amigos y de quiénes se aceptan invitaciones para titularlos con ese especial calificativo, amigos. Al pasar por aquí debo decir que un cristiano no considera su amigo a cualquier persona. Los hijos de Dios amamos a todas las almas, igual que Dios amó al mundo (Juan 3:16), pero la Biblia nos enseña a considerar con ese sustantivo a los que hacen la voluntad de nuestro Señor y comparten nuestro mismo gozo, aquellos que aceptan gustosamente la invitación de acompañarnos a oír la Palabra de vida (Lucas 15:6; Juan 3:29; 15:14, Hechos 10:24; Santiago 2:23). Es así, porque «la amistad del mundo, es enemistad contra Dios. Cualquier, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Santiago 4:4).
En esa dimensión de pensamiento, siempre es saludable preguntarse: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Cuando esa pregunta está latente en cada una de nuestras decisiones, entonces realmente hemos comprendido el discipulado cristiano, pues «el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1ª Juan 2:6). Cuando nuestro Señor llenó a Galilea con su gloria, aun no existía el milagro de la electricidad; sin embargo, él dijo ser la luz del mundo (Juan 8:12). Todavía Thomas Alva Edison no había inventado el bombillo al vacío, sin embargo, él trató con la identidad de sus discípulos y les dijo, «vosotros sois la luz del mundo…» (Mateo 5:14). No había telegrafía inalámbrica; sin embargo, un centurión pudo discernir que la Palabra sanadora de Cristo podía viajar hasta su criado enfermó que estaba lejos de allí. En efecto, Cristo lanzó la Palabra y el milagro maravilloso sucedió a la distancia. El hombre no ha inventado un instrumento que pueda saber absolutamente las cosas que hay dentro de la mente humana; sin embargo, Cristo no necesitaba que nadie le diese testimonio del hombre, «porque él sabía lo que había en el hombre» (Juan 2:25). Aún no existía el motor de combustión interna para acelerar el paso de una nave sobre mar, pero de una barca donde Jesús navegó se dice que «llegó enseguida a la tierra adonde iban» (Juan 6:21).
Digo esto para establecer, que a Jesús no le hizo falta una computadora conectada a la internet para dirigir la más diversa red que jamás haya existido. Las narrativas que los cuatro evangelios nos entregan de Él, nos presentan al Señor conectado con millares que le seguían (Lucas 12:1). Todos no le daban un like, o sea, un me gusta al mensaje que publicaba, pero Él sabía que absolutamente todos necesitaban la salvación que gratuitamente ofrecía. Por tanto, Jesús no fue un ministro exclusivo, más bien, «vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Siempre me ha impresionado la frase con que el apóstol Juan hace su propia presentación de Jesús, al decir que él «habitó entre nosotros» (Juan 1:14). Él vivió entre la gente. Por eso Pedro le dijo al Señor que la multitud lo apretaba (Marcos 5:31). Tantos querían ser sus seguidores, que Jesús y sus doce discípulos, no tenían tiempo ni para comer (6:31). Jesús fue y será siempre, la persona pública más famosa de todos los tiempos. Él es inclusivo, no en llamar amigos a todos, pero sí, en llamar a todos los pecadores al arrepentimiento (Mateo 9:13).
Los rangos sociales en donde ofreció la savia de su divinidad, el olor de su conocimiento y la esencia de sus dones, incluía a los más pobres y también a los más ricos. Por tanto, alabó la ofrenda de aquella viuda pobre que nada más tenía dos blancas, pero las echó en el arca de las ofrendas en el templo (Lucas 21:2). Pero también incluyó a Zaqueo, un hombre rico de Jericó, y dijo a los que criticaban su visita allí: «Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham» (Lucas 19:9). Su don de vida eterna lo ofreció, lo mismo a un religioso que parecía intachable como Nicodemo (Juan 3:1-3), que a una mujer pecadora de Samaria que había tenido cinco maridos y ahora amaba al que no era suyo (4:7-18). En este mismo sentido, bendijo a los niños, calificándolos como propietarios del reino de los cielos y poniéndolos de ejemplo para los que quieran entrar (Marcos 10:14-16). Pero ese mismo reino donde entran los niños inocentes, lo brindó a un reo culpable que pendía de un madero en el mismo escenario donde el Señor estaba crucificado (Lucas 23:42,43). Jesús sanó a los ciegos probando su obediencia al enviarlos a los sacerdotes para que verificaran su sanidad (Lucas 17:14); pero sanó también de la forma prohibida sanitariamente a un leproso, al cual tocó en su piel y le dijo: «Quiero, sé limpio» (Mateo 8:1-3).
Cristo no llamó amigos a todos, pero incluyó en sus redes de salvación a personas de todo rango de fe. Por ejemplo, a un hombre que no sabía nada de sí mismo, pues estaba poseído por una legión de demonios, Cristo lo libertó y lo hizo un testigo fervoroso de su poder (Marcos 5:1-9; 18-20). Pero también aceptó el ruego de aquel padre desesperado, quien oró así: «Creo, ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:24). A la vez, también, reprendió fuertemente a quienes eran cabecillas espirituales de Israel, pero la profesión de su fe no se correspondía con el valor de su conducta (Mateo 23:13-33). Él no permitió que lo llamaran Señor aquellos que no hacían lo que él mandaba (Lucas 6:46), pero a todos les brindó el camino para la justificación (Mateo 4:17). Él supo diferenciar la hipocresía de un fariseo que se creía mejor que los demás hombres, de la sinceridad de un publicano humilde que oraba sin levantar el rostro y solicitaba la propiciación divina por sus pecados (Lucas 18:10-14).
Queridos hermanos, necesitamos redefinir el uso de nuestras redes sociales, y ponerlas, sobre todo, al servicio de la evangelización. Si cada creyente usara dichos medios también para llamar a salvación a los que van rumbo al desfiladero eterno, entonces, se habría comprendido el hecho de que ser discípulos de Cristo significa, en forma obvia, andar como Él anduvo. Deseo que nuestras redes sociales puedan calificar para ser llamadas, Las redes sociales de Cristo. Quiero recordarles que con amor eterno el Señor nos ha amado, por tanto, nos ha prolongado su misericordia (Jeremías 31:3).
Eliseo Rodríguez
Pastor
info@ecopastoral.org