Antes que las lumbreras de los cielos pudieran alumbrar, la Luz de Dios alumbró en toda la redondez de la tierra a la misma vez

La primera información bíblica acerca de la luz nos llega de Génesis 1:3: “Y dijo Dios, sea la luz, y fue la luz”. El contexto muestra que antes no solo había desorden y vacío en la tierra, sino que las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Hoy el mundo vive espiritualmente en una condición semejante de desconcierto y fatuidad.
Por tanto, miremos algunos aspectos importantes sobre lo imprescindible de la Luz, y su valor en la vida de los hombres.
Primero, la luz que Dios produjo en Génesis 1:3, no era aún la luz del sol, porque hasta el versículo 16, Dios no había creado aun el sol, ni la luna ni las estrellas. Sin embargo, después que Dios dijo, “sea la luz”, él llamó a la luz, día, y a las tinieblas llamó noche. Lo que conocemos hoy como día y noche es el efecto de la luz del sol en relación al movimiento de rotación de la tierra en su propio eje. Por eso, mientras en un hemisferio de la tierra es de día, en el otro es de noche. Pero antes que las lumbreras de los cielos pudieran alumbrar, la Luz de Dios alumbró en toda la redondez de la tierra a la misma vez.
Cuando la Biblia dice en Juan 1:5 que la luz en las tinieblas resplandece, el contexto alude a Cristo como la Luz, porque en el versículo 4, el apóstol escribe: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Asimismo, en 2ª Corintios 4:6 Pablo escribe: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
Segundo, la luz tiene como agente creador, la Palabra de Dios. Cuando por primera vez se produjo la luz en Génesis 1:3, el agente que la hizo aparecer fue la Palabra del Señor. Solo cuando Dios dijo, “sea la luz”, entonces fue la luz. Sabemos que la Palabra es Luz (Salmo 119:105; Proverbios 6:23). Jesús dijo que entre los que nacen de mujer, no se había levantado profeta mayor que Juan el Bautista, y lo calificó como una antorcha que ardía y alumbraba y dijo que los judíos se quisieron regocijar por un tiempo en su luz. Cuando el Señor comisionó a Pablo para el ministerio a los gentiles, le asignó esta misión: “… para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18). Ahora es nuestro mejor momento para encender la antorcha de la Verdad y evangelizar a los que viven en las tinieblas del pecado, y llamarles a la salvación en Cristo.
Tercero, la luz de Dios corre velozmente surtiendo efecto inmediato en el corazón del hombre arrepentido.
Sabemos que la luz viaja en el espacio a una velocidad aproximada de 300.000 kilómetros por segundo. Pero también de la Palabra la Biblia dice: “Velozmente corre su Palabra” (Salmo 147:15). La Palabra de Dios opera instantáneamente produciendo luz y vida en el que acepta a Cristo como Salvador.
Cuando el Eunuco etíope leía al profeta Isaías, confesó a Felipe no entender lo que estaba leyendo. Entonces, el evangelista, partiendo de aquella misma Escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Como el evangelio es poder de Dios, los ojos del eunuco fueron abiertos de inmediato, la luz de Cristo vino a él, y creyó que Jesucristo es el Hijo de Dios, y fue salvo. Entonces, fue bautizado, y al subir ambos del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe para llevarlo a la ciudad de Azoto, pero el Eunuco siguió gozoso su camino (Hechos 8:26-40).
Cuando Saulo, el perseguidor de la iglesia fue rodeado por un resplandor de luz del cielo cerca de Damasco, quedó ciego por el poder de aquella gloria divina. Allí conoció a Jesús y fue salvo. Al tercer día, el Señor comisionó a Ananías, para que fuera y pusiera las manos sobre Saulo a fin que recibiese la vista y fuera lleno del Espíritu Santo. Cuando Ananías lo hizo, al momento le cayeron a Saulo de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Fue tan veloz la obra de la Luz en Saulo que “… en seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que este era el Hijo de Dios” (Hechos 9:1-20).
Por último, Dios quiere que la luz y las tinieblas permanezcan separadas. El versículo 4 de Génesis 1 dice. “Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas”.
Los creyentes también somos llamados a vivir separados espiritualmente de este mundo, porque, aunque estamos en el mundo, no somos de aquí. La Biblia dice que nosotros somos del día, no de la noche ni de las tinieblas (1ª Tesalonicenses 5:5).
Por eso la Palabra pregunta: “… ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?…” (2ª Corintios 6:14-16).
Amados, los creyentes en Cristo somos la luz del mundo. Así como la aparición de la luz en Génesis fue el primer paso para traer la tierra del caos al orden, también nosotros estamos llamados a ser una clara referencia del poder de Dios para transformar al pecador y llevarlo de la oscuridad a la luz. Si cumplimos bien nuestra misión, se podrá testificar otra vez, así “…El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció”.
Eliseo Rodríguez
Pastor, teólogo y escritor