
“Me pregunté mil veces por qué mi cruz doblaba mis espaldas/ hablé a Dios mirando las estrellas/ y sollozando dije es muy pesada. Dios me hizo ver con toda paciencia/ cuanto y porqué equivocado estaba/ y poco a poco empecé a darme cuanta/ de que mi cruz tornábase liviana. Vi pasar a la miseria tan inmensa/ colgada en los harapos de una anciana/ vi a un joven muriendo de tristeza/ por una enfermedad que lo acosaba. Una inválida sola e indefensa/ en una silla de ruedas vegetaba/ y una madre con toda su entereza/ con su hijo con síndrome de Down paseaba. Luego miré mis manos… vivas, bellas/ sobre ellas una cruz, destacaba/ De pronto dijo Dios “di ¿cuánto pesa?/ y yo le dije… Señor no pesa nada”.
Amigos, qué triste es la situación de aquel que piensa que sus calamidades son mayores y más graves que las de los otros. Se mira a sí mismo y solo alcanza a ver lo que su autocompasión determina que vea. Pero es incapaz de contemplar la miseria y el dolor a su alrededor.
Amigo y amiga, no te autocompadezcas más. Levántate, tú eres un hijo de Dios cuya vida está en sus manos. Camina con la dignidad del llamamiento que has recibido.
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com