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Pastorear en medio de la pandemia

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El mundo está paralizado, las calles desoladas, los establecimientos e iglesias cerrados, todo por causa de una virosis muy contagiosa que tomó al mundo por sorpresa hasta convertirse en una pandemia.
Las pandemias de décadas y siglos anteriores cerraban algunas naciones, pero el Convid-19, ayudado por un mundo globalizado, se ha convertido en una letal arma biológica de consecuencias incalculables, afectando también a una de las instituciones más sólidas del planeta como lo es la iglesia de Jesucristo; pero vale aclarar que solo ha impactado a las congregaciones, porque la verdadera Iglesia del Señor somos cada uno de los lavados por la sangre de Cristo, y no los templos y edificios.
Hemos visto cómo ministros, hermanos y hasta muchos miembros de congregaciones han sido afectados por el Covid-19, muchos de ellos han fallecido por las complicaciones que este misterioso virus trajo sobre la humanidad. Bajo este sombrío panorama, pero sin perder la fe en nuestro Sanador y Salvador, las congregaciones y sus pastores a la cabeza están ante un reto único en la historia de la humanidad: pastorear en medio de la pandemia.
Si la situación es sumamente delicada y difícil en naciones desarrolladas, imaginémonos cómo está Latinoamérica. Mención especial merece Venezuela, pues para nadie es un secreto que nuestra nación está entre las últimas del mundo en todo, con un sistema de salud y servicios públicos como la electricidad, agua, telefonía/internet y distribución de combustible en muy malas condiciones. La pandemia en la Venezuela actual ha convertido la nación en un pandemónium, en una olla de presión a punto de estallar. En esas circunstancias se encuentran también las congregaciones y sus miembros.
¿Cómo pastorear o atender a la feligresía en cuarentena con un pésimo internet y sin gasolina? ¿Cómo recabar las contribuciones u ofrendas para poder seguir haciendo la obra del ministerio (ayudar a los necesitados, cubrir salarios, asistir materialmente a las fundaciones, entre otras), cuando las instituciones bancarias están cerradas, casi no hay bolívares circulantes y con una economía dolarizada?
Sabemos que en Venezuela hay que guardar la cuarentena quedándonos en casa, pero así como el médico, policía, vendedor de alimentos y los trabajadores farmacéuticos deben salir a cumplir con su deber, ¿cómo hace un pastor al que se le requiera de urgencia en determinado lugar? Para los pastores no hay salvoconductos ni gasolina, ni ninguna consideración especial que le ayude a cumplir con su misión divina.
Si de los servicios se trata, al no poder congregarse, la gente necesita una palabra de aliento, fe y esperanza que le levante el ánimo en estos pandémicos momentos; ¿quién mejor que el pastor que conoce al rebaño que el Señor puso a su cargo? Muchos dirán: «que lo haga por teléfono, que use internet, que envíe un mensaje de voz o un video doméstico»; ¿acaso el internet ayuda? ¿Tienen todos los miembros un teléfono inteligente o una computadora con conexión a internet en sus casas? ¿Le alcanzan los megas para descargarlos o tienen suficiente dinero para recargar saldo quienes no están trabajando o sus sueldos no llegan a 5 dólares al mes?
Hemos formulado muchas interrogantes y quedan otras más por hacer ante esta situación de encierro colectivo, lo cual dificulta la labor de los pastores, una función socio espiritual que en Venezuela está subvalorada, a pesar del gran valor que tiene delante de los ojos del Altísimo.
Se decretó el 15 de enero como el Día del Pastor Cristiano en Venezuela; pero, por otro lado, para el pastor no hay salvoconducto para movilizarse ni adquirir gasolina, mucho menos consideración alguna para asistir al débil, enfermo y necesitado. Pastorear así es una odisea donde hay que sortear muchos obstáculos que ya describimos y otros que no nos atrevemos ni siquiera a mencionar.
Al Señor gracias que tanto nuestra feligresía como los familiares y allegados comprenden lo difícil que es pastorear en Venezuela en medio de una pandemia; lo importante es que contamos con el apoyo del Espíritu Santo, las oraciones de la Iglesia y las contribuciones de los fieles de nuestras congregaciones.

Georges Doumat B

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