Si alguien quiere que dejemos de hablar ese mensaje de amor, tendremos que practicar aquello a lo que hemos llamado, Santa Desobediencia
Los requerimientos bíblicos respecto a la necesidad de obediencia por parte del pueblo de Dios son tan altos, que pudiera parecer atrevido escribir algo sobre santa desobediencia.
El profeta Samuel le dijo al rey Saúl cuando este último desobedeció a Dios, ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención, que la grosura de los carneros (1 Samuel 15:22). El desacato al mandamiento divino en relación a Amalec llevó a Saúl a ser desechado como rey de Israel (15:23). En contraste, Dios había reservado a David, cuyo corazón era conforme al suyo, y haría todo lo que le habría de ordenar (13:14).
Por toda la Escritura sobresalen ejemplos de cuán trágico fue desobedecer. Miremos estos:
Sansón perdió toda la unción sobrenatural que Dios le había dado, por culpa de su desobediencia en cuanto a tomar mujer de entre los filisteos (Jueces 16:16-21).
Jonás pagó un terrible precio en lo profundo del mar y en el vientre de un gran pez, por desobedecer, huyendo a Tarsis cuando Dios lo había llamado a predicar en Nínive (Jonás 1).
Y aun Moisés perdió su entrada a Canaán por no hacer lo que Dios le había mandado en la Peña de Horeb (Deuteronomio 32:48-52). ¡Tengamos temor santo, y no quebrantemos nunca lo que el Señor nos ha llamado a hacer!
Ahora, la Biblia hace resaltar lo bueno que resultó a muchos el obedecer.
Por ejemplo, todos los discípulos a quienes Cristo llamó al ministerio, lo dejaron todo y le siguieron (Mateo 4:20,22; Lucas 5:10-11; 27-28). Cuando resultó la pregunta de Pedro: ¿Qué, pues, tendremos? Jesús les dijo:
“De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:27-29).
Pablo testificó ante el rey Agripa, que, cuando el Señor lo llamó a predicar, él no fue rebelde a la visión celestial (Hechos 26:19).
Ahora bien, a pesar de la claridad de los hechos anteriores, la Biblia hace evidente que existe una desobediencia que tiene carácter santo. ¿De qué estamos hablando? El pasaje que mejor ilustra esta afirmación no puede ser más elocuente. Está en Hechos capítulo 5 a partir del versículo 17. Los apóstoles habían sido echados en la cárcel por predicar en el Nombre de Jesús. Mas, un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas les dijo que fueran al templo y enseñaran al pueblo todas las Palabras de esta vida, las Palabras de Cristo. En obediencia a ese mandato, fueron al templo y enseñaban. Pero, aún cuando aquel milagro de tal magnitud había sido evidente al concilio judío, este convocó a los apóstoles para reclamarles que habían llenado a Jerusalén de la doctrina de Cristo. Les recordaron que les estaba prohibido predicar el Evangelio de Jesús. Entonces, todos los apóstoles dijeron a las autoridades judías que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Por una afirmación tan radical, los azotaron e intimidaron para que no hablasen más en el Nombre de Jesús. Pero aquellos heraldos de la fe tenían decidida su suerte con el Señor. El mandato prohibitivo se oponía a la gran comisión que el propio Jesús les había dado de ir por todo el mundo y predicar el evangelio (Marcos 16:15). Por tanto, en este caso, era santa desobediencia el no acatar la orden que prohibía hablar de Jesucristo. Los siervos del Señor salieron de la presencia del concilio gozosos por haber sido tenidos por signos de sufrir afrenta por causa del Nombre. Y su determinación no solo fue afirmada con palabras, sino que, dando crédito al mandato de Jesús… todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo (Hechos 5:42).
Amados, antes que los furiosos enemigos del Salvador intentaran silenciar el mensaje de la cruz, ya el Señor nos había encargado la Palabra de la reconciliación. Así que, al negarnos a obedecer el pedido de callar, podremos decir con seguridad: … somos embajadores en nombre de Cristo. Es nuestra misión ineludible hacer oír a los hombres este llamado celestial: Reconciliaos con Dios (2ª Corintios 5:20). No tenemos el poder de salvar a las personas, pero sí es nuestra responsabilidad decirles que Cristo es el único Camino de salvación.
Si alguien quiere que dejemos de hablar ese mensaje de amor, tendremos que practicar aquello a lo que hemos llamado, Santa Desobediencia.
Eliseo Rodríguez
Pastor, teólogo y escritor