Quisiera compartir una experiencia que considero muy importante, y que pudiera servir a muchas personas que están en la misma situación que yo estaba. El asunto es el siguiente: Por varios años tuve un sueño recurrente, cada cierto tiempo el mismo sueño, me llamaba la atención y varias veces lo comenté. Pero no lograba entender la trascendencia que tenía, solo pensaba que era una cosa curiosa y buscaba significado y no lo encontraba. Como estarán intrigados les compartiré el sueño: El tema principal era que estaba estudiando y tenía un examen que presentar y no sabía nada, me sentía ignorante de todo estudio. En otras palabras no estaba preparado para tal examen, me despertaba con esa desagradable sensación de fracaso.
Hace unos ocho años atrás, el Señor me metió en una dura prueba, un gran desierto. Tuve que meterme con el Señor, en ayuno y oración por mucho tiempo, y allí entendí que no estaba preparado para encontrarme con el Señor. Estaba viviendo una vida de cristiano nominal, como millones lamentablemente viven hoy día. Iba a la iglesia los domingos, incluso enseñaba en la escuela dominical y predicaba. Pero mi corazón estaba dividido, mitad en este mundo y la otra mitad con el Señor. En medio de esa prueba logré entender aquel sueño recurrente: era Dios advirtiéndome mi condición espiritual. No estaba preparado para encontrarme con el Señor, y no estaba preparado para la prueba de la fe. Quizás si hubiera entendido aquel sueño o le hubiera prestado la debida atención, buscando respuesta de Dios en ayuno y oración, no habría pasado por aquella terrible prueba que duró varios años.
La Palabra nos enseña, que el Señor usa los sueños para revelársenos, veamos: «Bendeciré al Señor que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia» (Salmo 16:7). No desechemos los sueños y menos aquellos recurrente, pues por alguna causa están allí. Es necesario que ayunemos y oremos, pidiendo al Señor respuesta, y sin duda el Señor nos revelará la causa de aquel sueño que nos persigue. El asunto está que si no nos interesamos resolver esto, el Señor por amor lo resolverá. De tratarse de pecados no confesados, el Señor dará el castigo, para que no seamos condenados con el mundo. El Señor ha determinado salvarnos, y lo hará pero habrá una corrección y purificación, porque en el cielo nada inmundo entrará. «El que tiene oídos para oír, oiga» (Mateo 11:15).
Dios te bendiga.
Fernando Regnault
Articulista
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