(Héctor Márquez – Psicólogo Clínico y Teólogo).-
Humberto es un adolescente de 15 años y medio de edad. No tiene vicios, es respetuoso y buen estudiante… Pero desde hace unos meses sus padres se han sentido incómodos con él porque Humberto cambia de humor bruscamente, incluso ha tenido arrebatos de malcriadez; también discute y defiende posiciones sin tener argumentos sólidos, parece dejarse llevar por comentarios o interpretaciones de sus amigos, a pesar de afirmar tajantemente que él tiene su propia personalidad. Humberto pasa bastante tiempo escuchando hip hop y tiene como ídolo a un famoso rapero gringo. Aunque se graduará de bachiller el año entrante, Humberto no sabe qué carrera estudiar y parece estar sintiendo eso que llaman el primer amor pues parece hipnotizado por una jovencita que conoció hace pocos días… Este es el típico cuadro de un «alere», término latín del que procede la palabra adolescente y que literalmente refiere a un ser que está en crecimiento o desarrollo.
Uno de los rasgos que definen la personalidad del adolescente es su inmadurez, o sea, la inseguridad que el jovencito experimenta por no saber cómo actuar frente a las situaciones conflictivas o novedosas que se le presentan en un momento determinado.
En este constante acomodo entre niñez y madurez el adolescente se encuentra atrapado, por sí mismo y por las exigencias de los demás, especialmente de sus padres, quienes le exigen abandonar los comportamientos infantiles y entrar en un nuevo orden comportamental, que en principio es, para el adolescente, un mundo desconocido, teórico, lleno de expectativas y responsabilidades, pero también de confusiones y preguntas.
Sin embargo, socialmente está mal visto ser catalogado como inmaduro. Cada vez que alguien muestra una conducta «inadecuada para su edad» es reprendido verbalmente acusándolo de inmadurez.
Encontrar un proyecto, formar una identidad, re construirse en ese cuerpo nuevo, ya no infantil, son procesos de cambios complejos, de idas y venidas que, como las olas del mar van y vuelven, chocan y arrasan. Estos momentos no se pueden vivir sin turbulencias, complicaciones, errores y esas conductas llamadas «inmaduras».
La inmadurez de los adolescentes, adjudicada a la poca claridad con la que en ocasiones resuelven sus conflictos, o a los repentinos cambios de humor o, incluso el amor que le expresan a sus ídolos, son en realidad parte del proceso.
En palabras del psicólogo inglés, Donald Winnicott, los adolescentes deben ser inmaduros. Lo son debido en este momento es cuando están aprendiendo a solucionar sus conflictos consigo mismos y con el mundo exterior. Es sólo gracias a este estado de inmadurez que logran transitar con éxito esta etapa de descubrimientos.
Pero, ¿qué es lo que hace que una persona adquiera el estatus de «madurez»?, ¿cuáles son las conductas que hacen que los adultos cataloguen de maduro o inmaduro a un adolescente? Algunas respuestas a estas preguntas nos dirían que es maduro porque es responsable, porque no es rebelde como sus compañeros, porque parece un adulto. Sin embargo, estas conductas más que un acto de maduración corresponden a hiperadaptaciones que el adolescente desarrolla como barreras defensivas contra un mundo adulto que le impide transitar los vaivenes adolescentes.
Por otra parte, no se debe desconocer que a medida que la vida avanza, los sujetos van alcanzando un mayor grado de equilibrio en sus vidas, este equilibrio es asociado con la palabra madurez. Esta madurez bio-psicosocial se alcanza progresivamente desde la niñez hasta la juventud. Esta progresión indica que ciertos elementos y estructuras deben ser reorganizadas y otras conservadas, es precisamente de esto de lo que se trata la adolescencia: es el momento en el qué es necesario ser inmaduro para reorganizar, resignificar y posteriormente equilibrar.
Lo importante es aprender a tolerar la inmadurez, a concebirla no como un estado de falta, sino como un episodio diferente, necesario, con características y disposiciones específicas que hacen de la adolescencia el espacio propicio para la creación de lo único e individual del sujeto.
Samuel fue un hombre extraordinario por su calidad humana. El Libro inspirado de arriba dice que cuando él era un adolescente «crecía en forma madura, era acepto delante de Dios y era reconocido como una excelente persona por los demás» (1 Samuel 2:26).
valoresparavivir.fe@gmail.com
Twitter: @valorespavivir