El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son las tres dimensiones del amor de Dios

¿Comprendes el amor que Dios siente por ti? Es realmente difícil para una mente finita como la nuestra entender la inmensidad del amor de Dios, por esta razón, el apóstol Pablo dijo: “me arrodillo delante del Padre de nuestro Señor Jesucristo… Y pido que arraigados y cimentados en amor, puedan comprender cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:14-19). Las dimensiones del amor de Dios superan nuestra comprensión porque es el principio y el fin de todas las cosas, es el alfa y el omega; es tan vasto, profundo, santo y eterno como Dios mismo.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son las tres dimensiones del amor de Dios. Él nos ama tanto que nos obsequió el universo, los mares y el firmamento. Sopló hálito de vida y nos formó a su imagen para que disfrutemos de toda su creación con libertad. Nos llamó a tener una vida abundante y exitosa y para ello nos ha dado su nombre y su poder. “A los que creemos en Él nos dio la potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Tú y yo somos hijos e hijas del Altísimo, tenemos privilegios, podemos entrar en su presencia sin pedir permiso, interrumpirlo si es preciso, así como lo hacen nuestros hijos cuando estamos ocupados. Si tus fuerzas no pueden sostenerte, Él te provee esa medida extra que necesitas para soportar las adversidades, a su lado el temor se va, toda enfermedad, divorcio y desconsuelo ante la muerte, lo vencemos en su Santo nombre.
Él comparte con nosotros su propio ser, nos ha dado su Espíritu y verdad. Antes de su partida Jesús expresó con supremo amor: “no los voy a dejar huérfanos. Yo le pediré al Padre y Él les dará otro consolador para que los acompañe siempre y cuando lo reciban se darán cuenta que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí, y yo en ustedes” (Juan 14:15-20).
Dios es amor en estado puro, es misericordia y es piedad. Nos ama con tal anchura que entregó a su único hijo a morir por nosotros y Jesús, su Hijo; nos ama hasta el extremo de ceder por voluntad propia su vida para salvar la nuestra. La prueba de sumisión y amor más grande de la historia la vemos desde el Getsemaní, Jesús dijo: “Mi alma está muy triste hasta la muerte… se arrodilló y oró: ¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Marcos 14:34). ¿Puedes comprender el abandono, el dolor, la angustia y la miseria del alma de Cristo al sentirse convertido en pecado? Él, el incorruptible, el puro, el santo hijo de Dios hizo ese sacrificio por una razón: Dios nos quiere a su lado eternamente, por eso lo hizo, para que podamos permanecer en Él y con Él por siempre.
No es posible confundir el amor de Dios con ninguna otra clase o concepción de amor. El amor de nuestro Señor Jesucristo “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1ª Corintios 13:7). Esto es el amor ágape, el amor perfecto e incondicional de Dios. La más elevada clase de amor divino que le da significado a todas las demás expresiones de amor humano. Siembra la semilla de este amor en tu corazón, aceptando a Jesús como tu personal Salvador; cultívala, riégala y abónala con oración y obediencia a Cristo y cosecharás grandes bendiciones para ti y los tuyos.
Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com