Una de las cosas que dejó Jesucristo bien establecida desde el propio inicio de su ministerio terrenal fue la existencia de dos reinos, el de Dios y su antagónico, el reino de las tinieblas. Durante el antiguo pacto hubo algunos centellazos apenas de la existencia del reino de las tinieblas, que fue derrotado por profetas como Elías, líderes como Moisés, entre otros. Pero quien más claro lo experimentó y perpetuó en su libro, fue le profeta Daniel.
Daniel oró durante un ayuno en favor de su pueblo Israel y su definitiva liberación. Luego de 21 días el ángel Gabriel se le apareció y le dijo: «…tus palabras fueron oídas desde el primer día en que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios. Precisamente por causa de tus palabras he venido. El príncipe del reino de Persia se me enfrentó durante veintiún días, pero Miguel [el arcángel], que es uno de los príncipes más importantes, vino en mi ayuda, y me quedé allí, con los reyes de Persia. Ahora he venido para hacerte saber lo que va a sucederle a tu pueblo en los últimos días. La visión es para esos días.
¿Sabes por qué he venido a verte? Pues porque ahora tengo que volver a pelear contra el príncipe de Persia, y cuando termine de pelear con él, vendrá el príncipe de Grecia. Aparte de Miguel, el príncipe de ustedes, nadie me ayuda contra ellos. Pero yo voy a revelarte lo que está escrito en el libro de la verdad» (Daniel 10:10-21. Énfasis añadido).
Posteriormente, ya en el Nuevo Testamento, Pablo, el gran apóstol de la revelación divina, escribió al respecto: «La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!» (Efesios 6:12. Énfasis añadido). Según se desprende de la Biblia, los principados de maldad o del reino de las tinieblas están a la cabeza de una nación o imperio planificando y comandando las estrategias en contra de la Iglesia de Cristo e Israel, en primer lugar, y contra el resto de la población de cada entidad geográfica.
Estos «príncipes» satánicos se oponen a la obra espiritual de la Iglesia para que la luz del evangelio no le resplandezca a los habitantes, frenando y retrasando la ejecutoria de cada cristiano y de la Iglesia de Cristo al cumplir el establecimiento del reino de los cielos en las respectivas naciones. Fue así como el «príncipe de Persia» opuso resistencia en los aires para que el ángel Gabriel no llegara con la palabra profética enviada al profeta Daniel; hasta que llegó el arcángel Miguel y los combatió. Posteriormente al imperio persa, vino el griego, y según la Palabra de Dios, cada uno tenía un principado que operaba la maldad en su respectiva asignación geográfica e histórica.
Así como hubo un «príncipe de Persia» y un «príncipe de Grecia», existe uno para cada nación o imperio; es así como actualmente opera sobre los aires venezolanos el «príncipe de Venezuela». Este principado que está contra nuestra nación y la Iglesia del Señor de Venezuela, es el responsable de todo lo que se ha establecido política, económica, militar, religiosa y socialmente en nuestra República. Así que nuestras armas espirituales deben ir dirigidas primeramente contra el «príncipe de Venezuela» para destronarlo y derribar «toda arma forjada contra esta nación» de manera que la Iglesia pueda avanzar en el establecimiento del reino de los cielos y millones de venezolanos tengan un encuentro genuino con Jesucristo, pasando de la religión nominal a la relación con el Cristo vivo de la Iglesia.
Los cristianos no podemos cometer el error de atacar, criticar o maldecir a los hombres que están al frente de las diferentes instituciones del país, porque «La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso…». Además, que «las armas con las que luchamos no son las de este mundo, sino las poderosas armas de Dios, capaces de destruir fortalezas y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2ª Corintios 10:4-5).
Es lo primero que debemos saber para actuar así en esa dirección; Dios está de nuestro lado, Él es el más interesado en que Venezuela sea libre de tanta superchería, religión, corrupción, adulterio, drogadicción, alcoholismo y tantos pecados que rigen millones de vidas e instituciones desde los aires, comandados por el «príncipe de Venezuela» que rige sobre «potestades, los que gobiernan las tinieblas de este mundo, [y las] ¡huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!».
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@GeorgesDoumat