
En la oración, estamos allí donde los ángeles se postran con sus rostros cubiertos por un velo; allí, exactamente allí, es donde los querubines y los serafines adoran, delante del mismo trono al que ascienden nuestras oraciones. ¿Acaso iremos allí con peticiones raquíticas y una fe estrecha y contraída? No, no es propio de un Rey regalar centavos de bolívares. Él distribuye piezas de oro puro. No distribuye migajas de pan ni sobras, como lo tienen que hacer los pobres, sino que Él hace un banquete de manjares suculentos, de gruesos tuétanos y de vinos purificados.
Cuando se le dijo al soldado de Alejandro que pidiera lo que quisiera, no pidió restringidamente según la naturaleza de sus propios méritos, sino que hizo una petición tan ambiciosa, que el tesorero real rehusó otorgarla, y prefirió consultar el caso con Alejandro, y Alejandro replicó con la debida realeza: «Él sabe cuán grande es Alejandro, y ha hecho la petición a un rey. Dale lo que pide».
Tengan cuidado de no imaginar que los pensamientos de Dios son como tus pensamientos, y Sus caminos como nuestros caminos. No traigan delante de Dios peticiones enclenques y deseos estrechos, diciendo: «Señor, haz de conformidad a esto», sino que deben recordar que, como son más altos los cielos que la tierra, así son Sus caminos más altos que nuestros caminos, y Sus pensamientos más que nuestros pensamientos; y pidan, por tanto, según Dios, grandes cosas, pues están delante de un gran trono. Oh, que siempre sintámos esto, al venir delante del trono de la gracia, pues entonces Él hará todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos…
¡Sopla un viento nuevo!
David Guerra
Pastor