[Adonirán Díaz – Pastor y Máster en Administración (IESA)].-
Los cambios económicos se producen a una velocidad tal que a veces ni nos percatamos de lo rápido que pasan. Las nuevas tecnologías originan, de una manera acelerada, variaciones económicas de dimensiones insospechadas, con repercusiones individuales, familiares y colectivas; e igualmente no nos damos cuenta de cuanto nos afectan. Las comunicaciones avanzan tan rápido que hoy son cara a cara, y al parecer la internet luce estar quedándose atrás, y nos preguntamos: ¿qué vendrá después? Sólo nos resta esperar.
En este orden de ideas, en cuanto a mejorar la administración, dada la evolución tan acelerada del mundo, podemos concluir que hoy debemos ser más eficientes que ayer y mañana más eficientes que hoy. El significado de eficiencia se confunde con eficacia, pero no es lo mismo, dado lo dicho en el artículo anterior.
La administración en general es un tema de interés para toda persona, bajo la premisa cierta que «todos somos administradores», bíblicamente hablando, algunos con más responsabilidad que otros, pero la función no es potestativa de gente muy académica, o por su posición frente a inmensos recursos de los cuales tiene que dar cuenta ante un ente público o privado.
Un principio interesante de la administración, bajo una óptica bíblica, y enmarcado en lo dicho antes, es que «se requiere que los administradores sean hallados fieles». Si lo vemos como la no defraudación de la confianza puesta en nosotros por quienes nos han colocado como administradores, desde un punto de vista empresarial, entonces tiene que ver con la honestidad y la integridad en un cargo como administrador. Visto ahora desde el marco referencial que «todos somos administradores», quien nos ha dado este cargo, bien sea bajo el tutelaje de empresa, una entidad pública o un hogar, y más sencillo, mi propia administración (administración individual), entonces es el Creador del Universo, el Eterno Dios quien nos ha puesto como tales, y por eso expresa claramente su Palabra que «…se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel» (1ª Corintios 4:2, VRV60). Que bueno sería que Dios nos diga «… bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré…» (Mateo 25:21, VRV60).
Aunque nuestra economía, como pueblo de Dios, no depende de las variables económicas, tales como inflación, fenómenos naturales, alza del dólar, estancamiento u otras, pues «nuestro socorro viene del Dios Altísimo quien hizo los cielos y la tierra», es necesario de manera inminente que nos organicemos, que tengamos disciplina en nuestros gastos, que atendamos las necesidades familiares prioritariamente, y que velemos por la extensión del Reino de los cielos (edificación de los creyentes y salvación de los que no tienen a Cristo como Salvador personal), mediante una administración sana de la iglesia donde el Señor nos ha puesto a administrar y ministrar.
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