¡El Señor cambiará nuestra indignación nacional -el dolor, el lloro y el luto- en gozo y bendiciones!

La mañana del pasado domingo no transcurrió normalmente para un grupo de inmigrantes que estaban sentados en el borde de la acera frente a un refugio para migrantes en Brownsville, Texas, la mayoría de ellos venezolanos, quienes a las 8:30 de esa mañana fueron brutalmente atropellados quedando como lamentable saldo 8 venezolanos muertos y 10 heridos.
George Álvarez, un latino de 34 años, conducía una Land Rover que tras pasar el semáforo embistió, presumen que intencionalmente, a un grupo de inmigrantes hombres que estaban sentados esperando la llegada del autobús que los trasladaría. El conductor presenta un amplio historial delictivo que incluyen el robo, violencia contra miembros de su familia y la conducción en estado de embriaguez, según la policía local. La mayoría de los atropellados eran venezolanos, incluyendo los 8 muertos en este abominable hecho.
Resulta inconcebible que sea precisamente un latino, a quien Estados Unidos acogió en su momento, quien arremetiera contra otros inmigrantes latinos que han huido de sus naciones debido a la grave crisis en la que están sumergidos sus países, en especial Venezuela.
Este hecho ha causado una indignación nacional en lo que calificamos como un acto terrorista, perpetrado por alguien que en vez de usar un arma como en la mayoría de los casos, usó un vehículo para dar muerte a inocentes agobiados por el hecho de ser inmigrantes que desconocen su paradero final.
La indignación se vuelve mayúscula cuando sabemos todos los obstáculos y peligros que atravesaron estos compatriotas quienes salieron a pie desde Venezuela atravesando Centroamérica hasta llegar a Norteamérica, logrando luego la gran hazaña de poder entrar a EE.UU., para que venga una persona llena de odio y resentimiento a quitarles la vida de una manera tan vil.
Ya hemos perdido la cuenta de cuántos venezolanos han perdido la vida en su intento por obtener una vida digna para ellos y sus seres queridos, a quienes con dolor han dejado atrás para poder enviarles ayuda monetaria y que subsistan en una Venezuela que cada día se vuelve más invivible por causa de la grave crisis política y económica que atravesamos.
Esta tragedia que vivimos los venezolanos no solo se circunscribe a nuestro país, sino que acompaña a cada compatriota que ha emigrado, tiene su origen espiritual, se debe a que nos olvidamos de Dios y le dimos la espalda a Jesucristo a pesar de todas las bendiciones le prodigó a nuestra nación.
El Señor nos había venido advirtiendo desde la década del 60 que por la dureza del corazón y el pecado del venezolano vendría juicio sobre nuestro país, una prueba espiritual de la que no escaparía casi nadie, estuviéramos dentro o fuera de Venezuela. Hoy vemos y vivimos las consecuencias del rechazo a la palabra premonitoria de Dios.
Las demandas de Dios siguen siendo las mismas: arrepentimiento de nuestros pecados personales y nacionales, volvernos a Jesucristo y hacerlo el Señor y Salvador de nuestra vida, y vivir conforme no a una religión sino a las Sagradas Escrituras contenidas en la Biblia.
Pero hay una demanda mayor a la que muchos no han hecho caso todavía, la cual está en 2 Crónicas 7:14: «si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, si oran y buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra». Esa es una tarea pendiente por parte de la Iglesia de Jesucristo que parece distraída con la crisis nacional, las prebendas politiqueras y el activismo institucional.
Mientras que no nos unamos todos los creyentes venezolanos, tanto los de dentro como fuera del país, para clamar, arrepentirnos por los pecados personales y colectivos y nos humillemos delante del Señor, nuestra tierra no sanará de sus males, y la situación no cambiará, sino que empeorará, y seguiremos viviendo en luto y dolor hasta que se produzca el parto espiritual y nazca la prometida Nueva Venezuela.
Dios liberará muy pronto a Venezuela, de eso no nos cabe la menor duda, porque en medio de la insensatez espiritual reinante, Él tiene un remanente conforme a su corazón cuyo clamor, lloro y humillación ha llegado hasta el trono de la gracia, desde donde vendrá el oportuno socorro para Venezuela.
¡El Señor cambiará nuestra indignación nacional -el dolor, el lloro y el luto- en gozo y bendiciones! «Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió» (Hebreos 10:23).

Georges Doumat B.