“La apostasía es más común en tiempos de persecución y se anuncia que una apostasía final prevalecerá antes del regreso glorioso de Cristo”
El vocablo «apostasía» viene del griego (apo, desde; y stenai, estar parado), y significa apartarse, separarse, rebelarse o abandonar. Era un término técnico de la política, que generalmente se refería a una revuelta militar. Este significado es el que se conserva en la traducción griega del Antiguo Testamento (Génesis 14:4; 2 Crónicas 13:6). En su sentido religioso, indica una rebelión contra Dios y la separación voluntaria de la fe en Él, ya sea por desviación de su verdad o ley revelada, por deserción del culto al Señor o por asociación con cultos idolátricos y costumbres paganas (Josué 22:22; 2 Crónicas 29:19; 33:19; Jeremías 2:19; 8:5; Oseas 11:7; 2ª Tesalonicenses 2:3; 1ª Timoteo 4:1; la idea ya está presente en Josué 23:11-13).
En el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios es considerado como un pueblo apóstata por haberse alejado de Dios y del pacto con él (Jeremías 3:8, 11-12, 14, 22; 8:5). En el Nuevo Testamento (el término solo aparece en Hechos 21:21 y 2ª Tesalonicenses 2:3), significa el renunciamiento voluntario a la fe en Cristo, hecho por alguien que previamente manifestó creer en él. Antiguamente significaba volver al judaísmo, quemar incienso al emperador romano o adorar a los dioses paganos tradicionales. Es diferente de herejía o falsa doctrina. El apóstata abandona su fe, mientras que el hereje o quien sigue y predica una falsa doctrina continúa profesando la fe, pero adopta una interpretación contraria a la enseñanza de la iglesia. La apostasía es, pues, un alejamiento de la fe por una o más personas, que alguna vez profesaron el cristianismo. (A Pablo lo acusaban de haber apostatado del judaísmo, Hechos 21:21).
La apostasía es más común en tiempos de persecución y se anuncia que una apostasía final prevalecerá antes del regreso glorioso de Cristo, es decir, en «los últimos tiempos» (1ª Timoteo 4:1-2; 2ª Tesalonicenses 2:3) o en «los últimos días» (2ª Timoteo 3:1-9). En el orden profético, la apostasía («la rebelión contra Dios») y la revelación del «hombre de maldad» preceden al día del Señor (2ª Tesalonicenses 2:2-3). La apostasía puede tener lugar por prestar atención «a inspiraciones engañosas y doctrinas diabólicas» (1ª Timoteo 4:1). La forma de apostasía más común es la rebelión contra Dios y la indiferencia o desobediencia respecto a su voluntad revelada (Oseas 11:7). La apostasía moderna se produce cuando la persona renuncia a su fe cristiana a favor de una adhesión a una ideología política, un escepticismo naturalista, un hedonismo desenfrenado, un materialismo descarnado, una búsqueda obsesiva de poder o un relativismo descomprometido.
El vocablo herejía, originalmente significaba simplemente un partido o escuela de pensamiento. Herejía es un término que designaba a cualquier doctrina o creencia que, si bien es sostenida por un adherente profesante, está en oposición con las pautas de verdad reconocidas y generalmente aceptadas, que son definidas e impuestas autoritativamente por una institución, partido o sistema establecido. Los cristianos llegaron a usar la palabra para referirse a una enseñanza que se aparta y contradice al cristianismo ortodoxo, es decir, una falsa doctrina.
Falsa doctrina es la negación de una doctrina definida de la fe cristiana. La palabra significa «cosa escogida» y se refiere a la preferencia de los heréticos por su propia opinión por sobre el consenso de la iglesia. Hoy se usa el vocablo para indicar la enseñanza que subvierte una creencia cristiana central, tal como la de la Trinidad, la divinidad de Cristo o la expiación, y que, en consecuencia, resulta en algo que no es verdaderamente cristiano.
Las herejías o falsas doctrinas no son neutras y pueden ocasionar serios problemas a la iglesia e incluso resultar destructoras (2ª Pedro 2:1-3). Lo más grave es cuando la falsa doctrina o herejía presenta a otro Jesús del que se revela en los Evangelios o a un Espíritu Santo diferente del que hemos recibido (2ª Corintios 11:4). Una herejía así representa a un evangelio diferente y falso (Gálatas 1:6-8), que resulta inquietante y perturbador, especialmente para los creyentes nuevos (Hechos 15:24). No obstante, hay que ser cuidadoso en no acusar de herejía a nadie simplemente porque tenga una opinión diferente. Es necesario «probar los espíritus si son de Dios» (1ª Juan 4:1) y ver si su enseñanza coincide con la enseñanza apostólica o no (1ª Juan 4:2-3). De hecho, Pablo fue acusado injustamente de herejía (Hechos 18:12-13).
Es importante que cada creyente tenga una comprensión doctrinal básica para poder dar testimonio de su fe (1ª Pedro 3:15). Esto ayudará a evitar las enseñanzas falsas, que deben ser cotejadas, confrontadas y corregidas con las enseñanzas bíblicas (Hechos 17:11). Los falsos maestros deben ser expuestos y condenados (1ª Timoteo 6:3-5; Tito 3:10; 2ª Juan 10). La doctrina cristiana debe formularse, enseñarse y transmitirse de una generación a otra de creyentes (Hechos 2:42; 2ª Timoteo 2:2), con un gran sentido de responsabilidad.