Hoy los migrantes son nuestros familiares que dejan el nido no se sabe por cuánto tiempo. Sus alas les llevaron lejos del calor de una madre, del abrazo de un padre, del compañerismo de un hermano

“Cual ave que se va de su nido, tal es el hombre que se va de su lugar” (Proverbios 27:8).
En estos días releí este proverbio e inmediatamente me volví hacia mi esposa y mi hija y les dije: -encontré un versículo para los migrantes-. Ambas estuvieron de acuerdo.
Interesante esta otra traducción: “Estar lejos de la patria, es andar como pájaro sin nido”.
Nuestro proverbio asemeja al hombre y al ave que ha dejado la seguridad y calor del nido y vuela hacia otras tierras por comida y abrigo. Se expone a malos ratos y al desconocido que querrá aprovecharse de su indefensión y vulnerabilidad.
En la Biblia encontramos migrantes famosos, algunos por necesidad y otros por persecuciones. Jacob y sus hijos emigraron por causa de una hambruna. David vivió entre extranjeros por la persecución de su suegro; José y María con Jesús en brazos huyeron de las intenciones asesinas de Herodes. Ninguno dejó su tierra por placer o aventura. Todos caminaron en la voluntad de Dios, dieron buen testimonio y regresaron a su hogar.
Hoy los migrantes son nuestros familiares que dejan el nido no se sabe por cuánto tiempo. Sus alas le llevaron lejos del calor de una madre, del abrazo de un padre, del compañerismo de un hermano. Nadie debería ser migrante sino viajero voluntario. Deseamos que caminen en la voluntad de Dios y que no se extinga el recuerdo de su lar. De alguna forma también nosotros migramos, pues con ellos viaja nuestro sentir, afecto, amor y buenos deseos.
Migrar es un acto de fe que nos recuerda que somos “extranjeros y peregrinos”, que “por fe andamos” y que miramos de lejos y saludamos la ciudadanía en los cielos de donde esperamos a nuestro Señor. Mientras tanto, luchemos y venzamos. ¡Bendiciones para nuestros migrantes!
Eduardo Padrón
Pastor, comunicador y escritor
edupadron@gmail.com