(Héctor Márquez – Psicólogo Clínico y Teólogo).-
Un conflicto familiar ocurre cuando hay valores, perspectivas u opiniones que son contrarias y en apariencia no pueden ser reconciliadas. Tal como sucedió en la familia Manrique, donde las relaciones entre hijos-madre-hermanos son sumamente tensas a causa de una fuerte discusión sobre cuál debía ser el destino de su padre de 78 años, pues éste sufre demencia senil. Son 4 los hijos; 3 de ellos proponen que su padre sea internado en un geriátrico para que reciba los cuidados necesarios y se aligere la carga que esto implica para la familia; mientras que uno de ellos y la madre se niegan a que eso se haga por considerarlo inhumano y desagradecido, razón por la cual prefieren mantenerlo en casa. Esta discrepancia ha hecho que ya no se reúnan ni se comuniquen como antes. Cuando es este el ambiente que impera, podemos hablar de una «familia conflictuada».
Se debe tener claro que los conflictos son inevitables, pero una cosa es tenerlos y otra distinta es vivir en ellos. Dicho de otra manera, aunque es inevitable que aparezcan, los conflictos pueden y deben ser minimizados, canalizados en forma constructiva, o sencillamente resueltos.
Algunas razones por las que los conflictos familiares no pueden ser resueltos se debe a: 1) comunicación pobre entre los miembros de la familia (no hay transparencia, existe miedo, silencio, inmadurez emocional, o agresividad), 2) incredulidad (cada quien defiende sus intereses, no hay credibilidad porque se duda de la sinceridad de las partes), 3) insatisfacción con el estilo de liderazgo de los padres, o la consideración de que el liderazgo de ellos es muy débil, 4) la falta de iniciativa para propiciar el encuentro familiar constructivo (se deja todo a la imaginación y se envuelven en un carrete de chismes y malas interpretaciones), 5) la actitud altiva y el no solicitar ayuda o intervención cuando las cosas se salen del control del entorno familiar, 6) el irrespeto, 7) el oposicionismo.
A la luz de lo antes dicho, la primera tarea debe centrarse en la introspección, el reconocimiento de los errores propios, y en el diálogo con Dios para solicitar su intervención y sabiduría. Después de esto puede considerar las siguientes recomendaciones para resolver conflictos familiares: 1) Piense en las formas en las que toda la familia puede ganar. Su actitud en la mediación juega un papel importante en los resultados que obtendrá. Comuníquese cuidadosamente. Planifique y tenga una estrategia concreta. 2) Separe las personas del problema. Deje entendido que la familia es indisoluble, y sus buenas relaciones las hacen indestructibles, por lo tanto, el «enfrentamiento» debe ser entre ideas, no entre personas. 3) Enfóquese en el interés familiar, mientras considera con respeto las posiciones de las partes. 4) Entienda el sufrimiento, las luchas y las frustraciones de cada miembro de la familia en el problema. 5) Cree diferentes opciones en la que haya ganancia mutua. 6) Genere una variedad de posibilidades antes de decidir con su familia qué hacer.
Estas sugerencias no tienen valor real si no se acompañan de estas palabras del Libro inspirado de arriba: «El sabio de corazón es llamado prudente… Manantial de vida es el entendimiento al que lo posee» (Prov. 16:21-22).
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