Una persona se encuentra en oscuridad espiritual cuando vive apartada de Dios

Hubo un tiempo en el que anduve con los ojos vendados. Creía que veía, pero la verdad es que estaba ciega. Me acostumbré a tropezar con las mismas circunstancias, a repetir patrones de comportamiento que me dañaban a mí y a otras personas, y lo más triste es que no sabía cómo salir de ese círculo vicioso.
Millones de seres humanos viven en completa oscuridad espiritual. Habitan en tinieblas y sombra de muerte. Son prisioneros en miseria y en cadenas (Salmo 107:10). Una persona se encuentra en oscuridad espiritual cuando vive apartada de Dios.
La Biblia enseña que por la desobediencia de Adán y Eva en el Edén todos los seres humanos nacemos en un estado de condenación. Estamos separados de Dios. El pecado con el que nacemos oscurece nuestra mente y corazón. Proverbios 4:19 dice: “El camino de los impíos es como las tinieblas, no saben en qué tropiezan”. Pero las persona que nacen del Espíritu de Dios pueden ver la luz (Juan 3:6).
Cuando el profeta Isaías habló sobre el Mesías que vendría, expresó: “El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos” (Isaías 9:2). Mateo también enuncia en su evangelio esta profecía para explicar que aquellos que han llegado a conocer a Dios a través de Su Hijo Jesucristo han sido liberados de las tinieblas espirituales y ahora andan en gran luz (Mateo 4:16).
Los cristianos vivimos gozosos, porque “Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Dios no nos dejó en la ceguera de nuestro pecado. Por su misericordia, cuando andábamos a tientas en la más densa oscuridad de este mundo, cometiendo toda clase de delitos e iniquidades, Él nos despertó por la luz de su Hijo amado a la vida. Ahora conocemos la verdad y somos libres de las cadenas y la miseria espiritual.
DIOS ES LUZ
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Cuando una persona oye el evangelio, Dios quita la venda que cubre sus ojos, le deja ver la luz de Cristo y, por su misericordia, lo salva. Jesucristo es el Salvador del mundo. Él salva a los hombres de su estado de condenación. “Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Los que obedecemos a Jesucristo hemos sido rescatados del reino de la oscuridad. “Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo amado” (Colosenses 1:13). Los que rechazan a Jesucristo se enfrentan a la separación eterna de Dios. “Para ellos la oscuridad de las tinieblas ha sido reservada para siempre” (Judas 1:13).
Hoy te invito a pensar y reflexionar. Hazte un examen de conciencia. Pregúntate y respóndete a ti mismo: ¿Ando en luz o en oscuridad? ¿Creo en Jesucristo? ¿Conozco y obedezco la Palabra de Dios? Después de meditar en estas cosas, ora y pídele a Dios: “Señor, haz que pueda ver la luz de Cristo”.
Una de las razones por las que Dios permite las aflicciones es para abrir los ojos de los ciegos y ofrecer Su misericordia. Durante este tiempo de crisis por causa del COVID-19, donde miles de personas alrededor del mundo mueren cada día, es urgente que entendamos que el tiempo de enderezar nuestra senda es ahora. Hoy el Reino de Dios está a la mano. “Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor, y Él envíe a Jesús, el Cristo designado de antemano para ustedes” (Hechos 3:19:20).
El que abrió los ojos de los ciegos físicos es quien puede sanar de la ceguera espiritual. No importa cuán espesa sea la oscuridad, la luz de Jesús expone nuestras maldades, nos lleva al arrepentimiento y borra para siempre cada uno de los pecados que nos separan de Dios.
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan1:9).
Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com