Solo la bendita esperanza del evangelio nos mantiene pacientes y perseverantes en nuestras luchas y aflicciones

¿Has leído el Salmo 77? Allí hay seis preguntas que el salmista le hace a Dios durante un período de tristeza profunda. Con los ojos llenos de lágrimas, Asaf inquiere: “¿Me habrá rechazado para siempre el Señor? ¿Nunca más volverá a ser bondadoso conmigo? ¿Se ha ido para siempre su amor inagotable? ¿Han dejado de cumplirse sus promesas para siempre? ¿Se ha olvidado Dios de ser bondadoso? ¿Habrá cerrado de un portazo la entrada a su compasión?” (Salmo 77:7-9).
No sabemos la causa de su melancolía. Tal vez estaba sufriendo por la pérdida de un ser amado o por una enfermedad debilitante. Lo realmente significativo es que, en medio de su pena, Asaf buscó a Dios. Rogó la noche entera, pero ni así consiguió consuelo (v.1-2). Muchos de nosotros conocemos el dolor del salmista. Son días tan oscuros que hasta respirar duele.
Cristo también conoce la pena profunda. Él soportó el mayor de los sufrimientos. Jesús, “fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz; fue azotado para que pudiéramos ser sanados” (Isaías 53:5. NTV).
Si aprendiéramos a sufrir con los ojos puestos en el sacrificio de Cristo podríamos soportar las penas regocijándonos en el amor de Dios. Un amor tan grande que lo movió a ofrendar a su amado y santísimo Hijo para darnos a nosotros, viles pecadores, salvación.
El salmo 77 (al igual que los otros salmos) fue inspirado por Dios. El Espíritu Santo iluminó a Asaf mientras lo escribía. Es un recordatorio perenne de las maravillosas obras que Dios hizo a favor de los suyos.
Asaf escribió este salmo en un tiempo donde Jesús aún no había venido al mundo a dar su vida por los pecadores. Mientras lo escribía, hubo un instante donde su queja se transformó en alabanza. De pronto, abandonó el lamento y se concentró en las portentosas obras que Dios hizo para liberar a su pueblo de la esclavitud. Se dijo a sí mismo: “Este es mi destino; el Altísimo volvió su mano contra mí. Pero después me acuerdo de todo lo que has hecho, oh Señor; recuerdo tus obras maravillosas de tiempos pasados. Siempre están en mis pensamientos; no puedo dejar de pensar en tus obras poderosas” (v.10-12).
Cuando Asaf se acordó del amor del Señor y de su asombroso poder se llenó de esperanza y lo alabó: “Oh Dios, tus caminos son santos. ¿Existe algún dios tan poderoso como tú?” (v.13).
Debemos seguir el ejemplo del salmista. Los cristianos sabemos y creemos que Jesús vino y dio su vida para salvarnos del pecado y de la muerte. Si hoy te encuentras cuestionando tu fe o peleando con Dios por el injusto sufrimiento que estás soportando, medita en la cruz de Cristo. Él no merecía sufrir. Sin embargo, su muerte y resurrección trajo vida eterna a nuestras almas.
Oh Dios, si no fuera por la esperanza que tenemos en Cristo, ¿qué sería de nosotros? Solo la bendita esperanza del evangelio nos mantiene pacientes y perseverantes en nuestras luchas y aflicciones. El apóstol Pablo les dijo a los creyentes que estaban sufriendo por su fe: “Lo que ahora sufrimos no es nada comparado con la gloria que él nos revelará más adelante” (Romanos 8:18. NTV).
La esperanza de la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo nos ayuda a soportar de pie nuestros padecimientos (Tito 2:13). ¡Sigamos siendo fieles! Recordemos que nuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos (1ª Pedro 5:9). Por lo tanto, “no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos” (Gálatas 6:9).
Liliana González de Benítez
Periodista y autora
lili15daymar@hotmail.com