
1. Construye una relación personal con Dios
Esto significa conocer a Dios de tal manera que llegues a experimentar la relación de amor más íntima que puede haber entre dos personas. La palabra «conocer» en la Biblia se usa para describir la relación entre el esposo y la esposa. En Génesis 4, versículo 1, el texto dice que el hombre conoció a Eva su mujer, y ella concibió y dio a luz un hijo. De manera similar, pero a nivel espiritual es la relación que Dios quiere tener con cada uno de sus hijos.
Para desarrollar esa relación de intimidad con Dios necesitamos invertir tiempo en la oración. Cristo abrió el camino para que los creyentes podamos acercarnos con confianza al trono de Dios y hablar con Él como quien habla con un amigo. Como hijos de Dios redimidos y perdonados, podemos acercarnos a Su trono confiadamente para recibir misericordia y gracia para la ayuda oportuna (Hebreos 4:16).
2. Profundiza más en el estudio de la Palabra
La Palabra es el instrumento que Dios utiliza para transformar a los suyos a la imagen de Cristo. La Palabra suministra consuelo y alimento espiritual. «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2ª Timoteo 3:16-17).
Cuando la Palabra habita en un corazón lo capacita para cumplir los propósitos del Señor. Nadie puede llegar a tener una relación con Dios ni consumar Sus planes sino conoce Su Palabra.
3. Ama más a Dios y a tu prójimo
La evidencia más clara de que alguien es hijo de Dios es que ama al Señor y a su prójimo como a sí mismo. El apóstol Pablo dice en Romanos 13:8: «No debáis a nadie nada, sino el amarnos unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley».
Si realmente amamos a nuestro prójimo cumpliremos los mandamientos de Dios que tienen que ver con las relaciones humanas: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falsos testimonios, no codiciarás… El amor verdadero no hace mal a su prójimo. Esa es la razón por la cual Pablo dice que el cumplimiento de la ley de Dios es amor (Romanos 13:9-10).
Asimismo, el apóstol Juan, nos exhorta diciendo: «Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1ª Juan 3:18). Afirmar que amamos a alguien no es suficiente porque el amor no es cuestión de sentimientos, sino de obras. Debemos amar de manera práctica.
En este nuevo año, proponte aderezar tus palabras con miel, que tu trato sea amable, nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera (1ª Timoteo 1:5).
4. Intégrate más a la vida de la iglesia
La forma visible en la que un creyente demuestra su fe por Cristo es cuando se congrega. La iglesia es importantísima para nuestro Señor. Jesús dijo: «Yo edificaré mi iglesia» (Mateo 16:18). Si no nos congregamos desaprovechamos la gran oportunidad de ser edificados personalmente por el Señor. Recordemos que somos el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente es un miembro de Él (1ª Corintios 12:27).
Muchos creyentes eluden la obligación de congregarse (Hebreos 10:24-25) presentando distintas excusas. Algunos piensan que pueden ser edificados escuchando sermones por Internet. Otros rechazan la iglesia porque fueron heridos espiritualmente por sus líderes. Y hay personas que no se congregan porque sencillamente no entienden que el día se acerca cuando Cristo venga a buscar Su iglesia. Una iglesia en toda su gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada (Efesios 5:27).
La única manera de ser santificados es por medio del lavamiento de la Palabra que recibimos en nuestra iglesia local. Por la tanto, te exhorto a buscar una iglesia donde se predique la sana doctrina y hacerte miembro.
5. Sé más sensitivo a tu propio pecado
Nuestras vidas afanosas nos impiden desarrollar el autoconocimiento. Por eso, necesitamos hacer una pausa y examinar cuidadosamente nuestro corazón. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias (Mateo 15:19).
Los creyentes maduros sienten el peso del pecado y sufren porque desean con todo su corazón llevar vidas que agraden a Dios. El apóstol Pablo gemía diciendo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7:24).
Para poder mantenernos santos y puros necesitamos cambiar completamente nuestra manera de pensar, solo así viviremos como corresponde a personas que Dios les ha renovado el corazón para que sean como Él (Efesios 4:22-24).
Liliana Daymar González
Periodista
lili_vidaenlapalabra@hotmail.com