(Liliana Daymar González – Periodista).-
Duerme en la calle, junto al camino, a las afueras del pueblo. Al parecer alguien lo soltó ahí como quien lanza una pesada carga imposible de transportar. Es ciego, no se sabe si lo es de nacimiento o algún accidente lo dejó en la total oscuridad, lo cierto es que Bartimeo mendiga para subsistir. Sus días transcurren sin cambio alguno, para él siempre es de noche; ha aprendido a orientarse a través de los sonidos y las múltiples voces a su alrededor. Timeo, por ser pobre y viejo, no puede hacerse cargo de él así que solicitó a las autoridades romanas el permiso para que su invidente hijo mendigue por las calles de Jericó. Son pocos los indigentes que cuentan con una autorización, la misma, consiste en una «capa» que debe llevar como sobretodo el desventurado Bartimeo.
¿Has oído hablar de los de repente de Dios? Era un día como cualquier otro para el ciego de Jericó, tendido a la orilla del camino, apestaba, la polvorienta capa lo protegía no sólo de los excesivos abusos de la guardia romana, también del incandescente sol y de las bajas temperaturas nocturnas. Algo sobrenatural estaba por suceder y con tal magnitud que sería registrado en la historia. Aquel menesteroso -dice la Biblia- oyó una muchedumbre pasar cerca de él, iban detrás de Jesús, el Nazareno, cuya fama se había difundido por toda Siria originando un mover de gente desde Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea hasta el otro lado del Jordán, le llevaban enfermos, endemoniados, epilépticos, paralíticos y Él los sanaba.
Era una oportunidad única para Bartimeo y no estaba dispuesto a dejarla pasar (el mísero hombre nos da una lección de fe digna de imitar) nadie se atrevía a tocarlo, menos a conducirlo hasta Jesús. Así que gritó a todo pulmón: «¡Jesús hijo de David, ten misericordia de mí!» ¡Imagínate la desesperación de ese hombre al saberse tan cerca del Sanador! Insistió hasta desgañitarse: «¡Jesús hijo de David, ten misericordia de mí!». La gente molesta por sus gritos lo reprendió: ¡Cállate pordiosero! ¡Jesús no te escucha! ¡No insistas! Sordo ante las voces que quieren demoledor su fe, clamó con más fuerza: «¡Hijo de David, ten misericordia de mí!», hasta que Jesús se detuvo y lo mandó a llamar (Marcos 10:49)
¿Nuestro buen Pastor no lo vio al pasar? ¡Imposible! para Cristo nada pasa inadvertido y menos alguien enfermo y despreciado, mas su plan era dejar testimonio eterno de que todo aquel necesitado de un milagro debe hacer su parte, la que agrada a Dios, nos saca de nuestra condición de penumbra espiritual y nos dirige a la luz: ¡La fe! «Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe y recompensa a los que lo buscan» (Hebreos 11:6).
Uno de los discípulos fue en busca de Bartimeo y es aquí donde ocurre la mayor manifestación de fe de esta historia: «él arroja su capa, se levanta y camina hacia Jesús» (Marcos 10:50). ¿Lo notaste? Dependía de la «capa» para subsistir, era la más valiosa pertenencia para alguien en su condición, sin embargo, no dudó ni por un segundo en que jamás volvería a necesitarla. ¡La soltó! (soltar significa descargar el problema en las manos de Dios, después de haber hecho todo lo humanamente posible para resolverlo). La capa simbolizaba sus cargas: ceguera, miseria, rechazo, soledad, abandono y la palabra imposible. Únicamente la confianza en Jesús lo hizo libre. Su clamor pasó por encima de los incrédulos (que pueden ser nuestros familiares o amigos) nada lo detuvo, desgarró su garganta (el recurso con que contaba) para cambiar su condición y gloriarse en el de repente de Dios. Nuestra vida cambia cuando la fe vence todos los obstáculos. ¡Nada hay imposible para el que cree!
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